viernes, 28 de junio de 2013

Salvatore me habló al oído esta mañana

El alto velero

 
Cuando vinieron los pájaros a mover las hojas
de los árboles amargos junto a mi casa
(eran ciegos volátiles nocturnos
que horadaban sus nidos en las cortezas),
alcé la frente hacia la luna
y vi un alto velero.

Al borde de la isla el mar era sal;
y se había tendido la tierra y antiguas
conchas relucían pegadas a las rocas
en la rada de enanos limoneros.

Y le dije a mi amada, que en sí llevaba un hijo mío
y por él tenía siempre el mar en el alma:
«Estoy cansado de estas olas que baten
con ritmo de remos, y de las lechuzas
que imitan el lamento de los perros
cuando hay viento de luna en los cañaverales.
Quiero partir, quiero dejar esta isla.»
Y ella: «Querido, ya es tarde: quedémonos.»

Entonces me puse a contar lentamente
los vivos reflejos de agua marina
que el aire me traía a los ojos
desde la mole del alto velero.

 De Salvatore Quasimodo de Italia querida