La mujer aquella le había invitado a una cena, pero nunca dijo cual sería el plato. Fili (por cariño), que siempre era tan despistado e intranquilo llegó hablando de cómo estaba el clima, de la bicicleta que debía comprarse para andar más cómodo y práctico, de competencias, del brócoli y las zanahorias (que por cierto le llevaría algún día a los conejos), de las clases de danza, del boleto del tren, de que una vez tuvo que usar unos zapatos de punta y para colmo blancos. Ella escuchaba y reía mientras removía lo que había en el horno. Preparaba las copas, maceraba una ensalada tan fresca y secaba los platos. En vistas de que él no sentía hambre (Fili nunca sentía hambre así no hubiera comido dos días seguidos), ni siquiera se cercioró ni prestó atención a lo que en esa cocina se cocinaba a fuego lento; Sólo de reojo y sin conciencia miró algo que parecía pescado. Hoy comeré pescado, dijo para sí.
Después de la charla en la cocina europea, y risas, con los implementos de la mesa puestos, (la mesa puesta, como decía mi mamá), se sientan en el juego de comedor; servilletas en los muslos, antebrazos en la mesa, codos afuera, cuchillo y tenedor en mano. Se dispone a comer su primer bocado y la anfitriona dice con aire de que ruega a Dios que a Filiberto le guste aquella receta preferida de ella y su familia. Dice: Es un conejito que hice al horno, con una salsa especial. Espero no haya quedado muy seco y duro.
En el regreso a casa, Fili, lleva en su morral, que persiguió más de un perro por ese olor a cadáver de mascota apetitoso, una servilleta que le sirve de envoltura provisional, mientras se haya alejado lo suficiente de la casa a donde fue a comer conejos, con las partes laceradas del cuerpo del animal que algunos frecuentan comer. El cadáver de la mesa, se lo fue sirviendo poco a poco al plato, y de a poco, cada vez que la anfitriona debía voltear la vista hacia la ventana o hacia cualquier cosa que Filiberto le hiciera notar de su casa, dar el siguiente paso que era llevar alguna parte del muslo o la pechuga del conejo a la servilleta que estaba muy bien extendida sobre sus muslos. Y al final de la velada decir con una sonrisa al despedirse ¡Gracias, estuvo rico Bugs!