miércoles, 19 de marzo de 2014

Conejo a fuego lento (Qué hay de nuevo, viejo)






La casa estaba con calefacción a mecha porque era invierno. Filiberto era el invitado. Una cena de esas que terminan con café después del vino, luego cerveza. Filiberto había llegado en bicicleta. Había recorrido un camino frío y con mucha brisa, en el que no se detuvo a mirar a los conejos, pero si los divisó haciendo de las suyas en el césped de algún parque, cavando sus hoyos que ni con excavadora quedan tan acordes para un buen refugio conejistico. 


La mujer aquella le había invitado a una cena, pero nunca dijo cual sería el plato. Fili (por cariño), que siempre era tan despistado e intranquilo llegó hablando de cómo estaba el clima, de la bicicleta que debía comprarse para andar más cómodo y práctico, de competencias, del brócoli y las zanahorias (que por cierto le llevaría algún día a los conejos), de las clases de danza, del boleto del tren, de que una vez tuvo que usar unos zapatos de punta y para colmo blancos. Ella escuchaba y reía mientras removía lo que había en el horno. Preparaba las copas, maceraba una ensalada tan fresca y secaba los platos. En vistas de que él no sentía hambre (Fili nunca sentía hambre así no hubiera comido dos días seguidos), ni siquiera se cercioró ni prestó atención a lo que en esa cocina se cocinaba a fuego lento; Sólo de reojo y sin conciencia miró algo que parecía pescado. Hoy comeré pescado, dijo para sí.

Después de la charla en la cocina europea, y risas, con los implementos de la mesa puestos, (la mesa puesta, como decía mi mamá), se sientan en el juego de comedor; servilletas en los muslos, antebrazos en la mesa, codos afuera, cuchillo y tenedor en mano. Se dispone a comer su primer bocado y la anfitriona dice con aire de que ruega a Dios que a Filiberto le guste aquella receta preferida de ella y su familia. Dice: Es un conejito que hice al horno, con una salsa especial. Espero no haya quedado muy seco y duro. 

En el regreso a casa, Fili, lleva en su morral, que persiguió más de un perro por ese olor a cadáver de mascota apetitoso,  una servilleta que le sirve de envoltura provisional, mientras se haya alejado lo suficiente de la casa a donde fue a comer conejos, con las partes laceradas del cuerpo del animal que algunos frecuentan comer. El cadáver de la mesa, se lo fue sirviendo poco a poco al plato, y de a poco, cada vez que la anfitriona debía voltear la vista hacia la ventana o hacia cualquier cosa que Filiberto le hiciera notar de su casa, dar el siguiente paso que era llevar alguna parte del muslo o la pechuga del conejo a la servilleta que estaba muy bien extendida sobre sus muslos.  Y al final de la velada decir con una sonrisa al despedirse ¡Gracias, estuvo rico Bugs!