lunes, 24 de febrero de 2014

Aguacero en las raíces














Porque ese barrio huele a arepa
Mantiene las calles rayadas donde se jugaba a la semana
Y esas canciones de la banda musical que había al cruzar la cuadra, con cuatros, tambores o maracas
Que cuando se iba la luz sonaban toda la noche bajo la luz de una luna grosera
Y esas correteos de los niños descalzos mandados a la bodega y feliz iban porque llevaban un billete demás para comprar las barajitas que nunca terminaron coleccionar
Y la muchacha de la esquina que vendía los helados en bolsita, amarrados, simulando una teta
Que cuando ya se había almorzado se podían disfrutar como el mejor regalo del día
Y esas matas de mango con la tierra acentada de tanto velar que cayera alguno a las cuatro de la tarde
Y el chinchorro, y el espiral que prendías para que no picara la plaga, y el café con leche de las mujeres de la casa
Y las burbujas de amor de Juan Luis Guerra en la emisora del radio de una abuela
Que cuando te atacaba la soledad en el patio de los mangos soñabas que había una multitud mirando tu gran aparición en la escena
Y la lluvia en la tarde que más limpiaba a los mucilaginosos que espantar a la barriada
Porque eso de lo que estoy hecha,  y tantos cercanos a mí,  se nos mantendrá apretado en el corazón
Porque si de orgullo no se llenan, no saben que reconociendo la brisa que los bañó antes de ser los de hoy, sonreirán de conciliación verdadera
Es la brisa que ausente puede llegar a evaporar la esencia con la cual marchas hasta el resto de tus días