sábado, 5 de julio de 2014

Mamá escurridiza


Yo dormía profundo, con sueño pesado -como dicen-. Eran quizás las cuatro de la mañana, y aunque sucediera un terremoto yo no me despertaría. Pero escuchar unos pasitos de piecitos descalzos blancuchos y atemorizados, me activó como si algo detonara en el hipotálamo de mi oído. Así debe suceder a todas las madres, pero tal vez no todas lo logren reconocer, ese, el sentido agudo de mamá. 

Escuché paso por paso; la puerta del baño al abrirla, su chorrito apuntando en falso, su respiración somnolienta. Luego en vez de regresar a su cuarto, irse en búsqueda de mamá hasta llegar al pie de su cama, y esperar con tan sólo su mirada que yo permitiera que se subiera y recostara su cabeza llena de largos cabellos en mí, sobre mis senos, los que un día estuvieron en su boca.

Entonces no dormí más, estuve imbuida en esa extraña satisfacción, ese orgullo de ser un ser humano con poderes reconfortados con el amor. Era magia o qué. Escuchar el ruido que hace un mosquito en otra habitación de la casa, escuchar el soplido a una vela desde otra habitación de la casa. Cosas como esas. ¡Era magia!

Dicen que a las madres se le agudizan los sentidos, pero no imaginé nunca que a ese nivel.