martes, 23 de julio de 2013

Entregada hasta llorar


Me sentía a desarmar, me sentía drogada, morfinómana y alucinante
El temblor en el cuerpo, la agitación y la excitación mientras debía tener de alguna manera control
El sudor no dejaba que me sujetara de nada, y el cabello no se deslizaba de la frente y de los labios. Quizá algunos dentro de la boca cuando confundía si estaban mojados de sudor o de saliva y yo tratando de robarme el oxigeno que podía haber en el lugar.

La luz era irregular e intermitente. Más motivo para sentirme alucinando, donde no se encuentra foco, ni punto, ni equilibrio. El equilibrio debía venir de adentro, porque con tamaña agitación del cuerpo debía aferrarme a mis sentidos, rendirme a ellos y confiar.

Mientras todo esto sentía, tenía que saber que me miraban, pero en algún largo (bien largo) momento, lo olvidé. Olvidé a todos y me sentí el único átomo del universo. Y sin embargo tenía otros cuerpos más cerca del mio cargados de energía o desarmados también, o exasperados, o dolidos, o desesperados. Quebrados.

Hasta que ya no daba más, ya deseaba morir y culminar con aquel éxtasis linfático, sobrio de alguna sustancia externa más que la música, sin ningún combustible artificial y con la inexistente droga, porque nunca hubo tal. Los músculos ya se habían endurecido, ya se habían relajado y ya se habían entumecido, una y otra vez. Ya era el momento de un final, y mi cuerpo había revelado vehemente todo lo que sentía por dentro. Los limites fisiológicos daban señales de que habían llegado, pero mi vigor y  perfecta exaltación de éste producida por mi organismo en plena vida, desataron una lágrima, el llanto.

Y así, con aquellas lágrimas culminaba aquella danza, culminaba aquella arremetida y enajenada situación única de mi vida. Un punto de quiebre.

Para mis compañeras de Punto de Quiebre. Las que lo bailaron conmigo, la que les toca ahora. Y la autora y culpable de esa experiencia en nuestras vidas, Luz.


Foto: Luis Corona