Entré como si entrara a la cocina de la abuelita italiana. Queriendo devorar hasta el último pastel de mermelada y nutella. Quería un capuccino bien caliente. Me despedía de la capital con más arte en el mundo, de la ciudad del cielo de Miguelangel, de la tertulia en el café, del vino con risotto, del Coliseo, de Romulo y Remo.
¿Por qué no había escrito sobre cada una de esas experiencia -de una mejor que otra- en Italia? Quizá estuve durmiendo dos años al regresar a Venezuela. No fue sino hasta que por medio de una película en el cine me diera cuenta que había estado en el lugar más admirado del mundo por mi en mi existencia.
Sólo entre, me ubiqué en una mesa amplia que daba con la mejor vista a la ciudad desde Roma Termini. El sol entraba tras el cristal y la cortina beige entelarañada de la ventana. Pedí el capuccino. Estaba con nostalgia, mi tren saldría a las doce del medio día. Me despedía de Roma como si fuera la última vez que la vería (como todo en la vida hay que verlo como una ultima vez) Estaba aprovechando al máximo el ojo y su retina, y el iris y hasta las pestañas.
Me atendió un chico guapo, como de treinta años su edad. Sonreía y como que entendía de mi emoción. Debí haber transpirado por los poros mucha pasión y mucha emoción por mi Roma bellísima. Pues él lo notó. Roma me mantuvo excitada desde que llegué en un tren nocturno, hasta la última mirada que me daba la ventada del EUROSTAR. Luego de comer la última miga del "pastelillo" y de beber la última gota con espuma del capuccino, pedí la cuenta al simpático mesonero, y en vez de recibir la factura del costo del romano-apasionado desayuno, tuve en mi mesa un pedazo de papel donde se leía algo así: "Mi turno termina a las 4 p.m. Vienes por mi. Te espero Valentino" "Il mio turno finisce alle 4 del pomeriggio. È venuto per me. _espero_. Valentino" (algo así, desafortunadamente perdí la nota)
Como que si un encuentro casi fortuito de dos personas desconocidas con distintos idiomas -con obvia intención, sin preámbulos y sin perdida de tiempo- saciaría con todo lo inerte de la vida que le quedaba a ese día. Como que pude haberme quedado y no tomar mi tren que partía a medio día y estar en la esquina de Roma Termini a la salida del CAFÉ a las cuatro de la tarde de ese día esperando a Valentino. Lo pude haber hecho... pero a las 12:10 minutos del medio día de Europa estaba sentada en el vagón central, en un puesto que daba a una ventana del EUROSTAR con nostalgia despidiendo sólo a mi Roma querida.