jueves, 20 de enero de 2022

Hay contagios de prejuicios

 

Como llevo todo el mes enferma con los virus, las gripes, los malestares estomacales de este bicho popular, como no me salvé (y ya me sentía victoriosa como en los memes), me he puesto más sensible que de lo normal. Entonces me he dedicado al descanso obligado muchos días sin despojarme de la ansiedad de querer empezar con el año, empezar “de verdad”, claro. 


Y me han dado ganas de decir, de decir cosas que no a todos le importa, o pocos quieren leer, pero que seguro con alguien encuentro la empatía o el apoyo de compartir.


Hace apenas un mes me casé, pero he pasado por muchas pruebas de fuego en la relación. No es perfecta, como ninguna, pero vale la pena apostar por ella, y por mí en ella. Me hace bien. Esto ha generado algunas choques en los amigos antimatrimonio, como si sintieran que me acabo de lanzar por el balcón de veinte pisos. Quisiera que sepan que todo está bien.


He reconocido el temor de nosotras en vernos frágiles y vulnerables por querer tener una estabilidad convencional, eso nos hace “débiles”, nos criticamos con dureza cuando confiamos en la ternura de la unión con una pareja, nos hacemos las duras y queremos, porque así nos ha obligado el mundo, cubrirnos de lo que convencionalmente sucede en las relaciones, donde la mujer pierde su libertad por unirse a un hombre. Nos da miedo ser esa que junto a otras mujeres hemos criticado duramente, y preferiríamos no estar en la boca de nosotras mismas nunca, porque sabemos de ese desprecio.


También he participado en discuciones en donde la maternidad es el tema y es una cosa de la cual deberíamos sentir vergüenza, como si fuera algo anormal, inmoral, qué se yo, haber quedado  embarazadas, ignorando que es lo más natural de nuestra biología, de nuestro cuerpo plenamente poderoso de hacer realidad nuestra existencia por los siglos de los siglos. Entonces sé que no es nuestra culpa, que se ha sufrido mucho, se nos ha humillado, hemos perdido tanto con el hecho de ser madre en esta tierra. Y eso se ha instaurado allí, en nuestro ADN. Mis abuelas, bisabuelas y tatarabuelas han sido mujeres que han criado solas a sus hijos. Tanto así que yo no tengo mis apellidos paternos por ningún lado. Karla Milagros Medina Mota, se llamaría Karla Milagros Ortega Soto si la historia hubiera sido diferente. Aunque si calculo más atrás ni siquiera los niños Ortega y Soto tuvieron sus apellidos paternos, así que tampoco me llamaría así.


Una de las cosas que he aprovechado estos últimos meses es el poder ver historias maravillosas de mujeres en en unas cuantas series. Ahora mismo estoy con una adaptación de Ingmar Bergman sobre su historia “Escenas de un matrimonio”, (alerta de spoiler) y me ha encantado la ruptura de la relación de la pareja protagonista motivada por la mujer, y sentí con intensidad el dolor de ambos pero también el acto liberador de una mujer que hizo de su vida la familia, que se hizo madre y aún así decide ella y no el hombre, irse de casa, abandonar el hogar y buscar un destino sin garantías de nada. Sola, y como un animal primitivo (porque así lo sentimos por esas abuelas, abismal), abandona el hogar y asume las consecuencias de una madre ausente, decide así como los hombres en la historia no han tenido mucho problema al decidir no estar. Así lo hizo este personaje en esta adaptación contemporánea, alguien que venció el miedo de no ser quien nos han repetido en la historia debemos ser.


Pero afortunadamente podemos y tenemos el derecho de hacer las cosas diferentes. Que no seamos madres por rebeldía ni dejemos de serlo por eso. Que lo seamos o no por decisión propia y amor, porque es muy pesada la carga de decidir la vida a petición de los demás o en contra de ellos. Esa irreverencia agotadora de no querer ser, no por nosotras, sino por los demás, no es el mejor fundamento en nuestra vida.


Yo le decía a mi pareja que es muy sabroso enamorarse, encontrarse en la vida con personas de las que no nos queremos separar, que la intimidad sea increíble y que sea mutuo el amor, pero que es horroroso quedarse sola si ellos se van y queda un pedazo de carne suyo adentro de una. "Y el miedo se apodera de una de la misma manera que si te pasara a ti", le dije. Él oyó lo que de ninguna manera hubiera oído de una mujer de su vida, y sus lágrimas brillaron y su garganta se apretó.


Ojalá todas las mujeres encontráramos la libertad de ser y vivir sin miedo. Sin abstenerse por señalamientos, sin pánico a abandonos (porque irse no tendría que significar un abandono) y discriminación por tener ovarios. Ojalá pudiéramos caminar sin miedo y sin sentir la menor pizca de pena por nosotras ni por otras más.